No es fácil de sobrellevar. Y me quedo corto; hay días que más: cuatro o cinco declaraciones o pronunciamientos o insinuaciones u ofertas tipo “¡Llame ya!” instruyéndonos acerca de que la deuda externa —y el Fondo del Bicentenario, en particular— es el problema de nuestras vidas, que no es posible ni deseable ocuparse de otra cosa.
¿Será verdad?
Algunos de los fogoneros de esta idea —por ejemplo, Mario Cafiero— agregan una oferta irresistible: ¡si llama dentro de los próximos cinco minutos le regalamos una banderita para que vaya a manifestarse por los derechos argentinos sobre las Malvinas y sobre amplias porciones del Atlántico Sur!
Ahí es donde a uno le da como cosita: ¿será posible que nuestro extenso territorio y dilatada plataforma marítima, con sus ingentes riquezas, no hayan sido capaces de proporcionarnos a los argentinos, hasta ahora, lo que sí podrán aquellas inhóspitas regiones?
Y, puesto uno a pensar —porque pensar es un vicio que cuando lo agarra a uno, no lo suelta así nomás—, ¿será verdad que los 6.500 millones de dólares del Fondo del Bicentenario, que representan un 2,1% de nuestro PBI y menos del 5% del gasto público total, tienen una importancia tan decisiva sobre el bienestar de la población?
La verdad que se queda uno muy dubitativo y perplejo, y en ese estado la mirada se posa sobre un dato interesante: en 2009, contando sólo a las empresas que cotizan en Bolsa, las multinacionales imperialistas se alzaron con 21.000 millones de u$s. Y Cafiero, por su lado (creyendo abonar su causa) nos informa de que la fuga de capitales alcanza un ritmo de 18.000 millones de dólares anuales. O sea, en sólo dos rubros —y hay más— se van afuera 39.000 millones de dólares anuales.
Sin embargo, se nos adoctrina de que es urgente e imperioso que nos movilicemos por u$s 6.500 millones (que no es poco; confieso que yo, hasta que cobre, no tengo tanto dinero).
¿Por qué será?
Deuda externa: hay una lucecita
Y la lucecita me vino leyendo “Posta Porteña”, que reproduce una nota de Juan Kornblihtt, “El problema no es la deuda”, aparecida en Razón y Revolución el 20 de este mes. Dice en uno de sus párrafos:
“Esta es la razón por la cual la consigna "no pago de la deuda" es sustancialmente correcta pero incompleta. Es correcta no porque, como suele escaparse por allí, haya sido concebida de manera fraudulenta: toda la deuda, incluso aquella que pudiera reputarse "legítima" según criterios burgueses, no es más que masas de plusvalía producto de la explotación capitalista. El no pago debe justificarse como limitación a la explotación y no como "indignación" contra el robo "a la nación". No queremos pagar la deuda por la misma razón por la cual no queremos seguir produciendo plusvalía. No sostener esta consigna sobre esta base da pie a conciliaciones perniciosas con fracciones pequeño-burguesas que construyen ilusiones en torno al "buen capital productivo nacional", al estilo Pino Solanas o incluso el mismo kirchnerismo.”
¿Vio cómo el asunto está en poner en correcta perspectiva los 300.000 millones del PBI, respecto de los 6.500 millones del Fondo del Bicentenario?
Y remacha Kornblihtt más adelante:
“La izquierda no debe dejarse arrastrar por el nacionalismo pequeñoburgués del solanismo. Es más, debe dar un paso adelante negando el derecho a las dos fracciones políticas de la burguesía a decidir sobre el destino de esa masa de riqueza social. Para ello, la consigna debe completarse con medidas organizativas en ese sentido: una convocatoria a todas las organizaciones políticas y sociales populares a una asamblea nacional que exija el derecho del proletariado a participar de la discusión sobre el destino de la riqueza social. [...] Por lo tanto, es hora de avanzar hacia el control de la riqueza en manos de quienes la producen.”
Así mirada, queda clarita la intención de los que quieren imponernos a todo trance la agenda en la cual la deuda es tema excluyente: como los teros, tienen los huevos en un lado y pegan los gritos en otro.
“Más” = “más para nosotros” es una falacia
Todas las movilizaciones que pongan el eje en la deuda, por más unánimes que sean, no van a mejorar la situación de las víctimas del sistema. Servirán, acaso, para que el gobierno y los intereses económicos que representa, con esa coartada, logren pactar una renegociación más conveniente... para ellos. Y la repentina liberación de recursos de que se verán favorecidos seguirá el destino de lo que ya disponían: el de sus negocios, ganancias y privilegios. O sea, la idea de “no pagar para tener más para nosotros” no es correcta; es “más para ellos”, ¡qué lástima!
Pero disponemos de un camino infalible: utilizar nuestra fuerza activa como trabajadores y la de los sectores dinámicos de la sociedad asociados con nosotros para pelear cada peso de la plusvalía —y con eso evitar que se lo lleven los explotadores de adentro y de afuera— y fortalecer nuestras organizaciones sindicales y políticas para poder estar, algún día, en condiciones de decidir que se hace con el PBI, con el presupuesto, con la salud, con la educación, con la vivienda y con la deuda, también.
Quiero ser claro, a riesgo de ser reiterativo: cada peso que rescatemos —para nuestras necesidades— de lo que nos sacan los explotadores es un peso menos que tendrán para darles a sus socios acreedores, un peso menos que éstos se llevarán... ¡porque la deuda se paga con lo que nosotros producimos y no percibimos!
En cambio, si la consigna es “no pagar”, eso no nos garantiza ninguna mejora. Al contrario, al acoplarnos a ella paralizamos nuestras demandas y desvirtuamos el objetivo de nuestras organizaciones y, por lo tanto, las debilitamos: nos ponemos de felpudos.
Alguien, en otro lugar del mundo y hace ya ochenta años, levantó la consigna del no pago de la deuda como solución a los problemas del pueblo —hambre y desocupación— y logró instalarla en las masas, incluida gran parte de la clase trabajadora.
Se llamaba Adolf Hitler.
¿Quiere que le cuente?
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