martes, 16 de junio de 2009

La matraca


Cuenta la leyenda que un cazador que andaba por la selva africana vio en las ramas de un árbol a un gigantesco simio que descansaba, mordisqueando indolente el tallo de una margarita.
Sin pensarlo dos veces, ya que se trataba del ejemplar más grande del que hubiera tenido noticias —una pieza récord—, alzó el arma y disparó. El gorila cayó, rompiendo ramas y haciendo estremecer el follaje cuando golpeó en el suelo. El cazador se acercó con precaución: el animal, imponente, yacía exánime. Pero cuando lo tocó, apenas, con la punta de la bota, se revolvió, lo inmovilizó con sus poderosos brazos y lo sometió sexualmente repetidas veces. Después de varias horas lo dejó libre, previo doblarle el rifle en cuatro.
Mientras convalecía en el campamento, el cazador no dejó de pensar en la derrota y en la afrenta. Por eso, en cuanto se repuso, tomó un arma de un calibre mayor y salió a buscar revancha. No tardó en encontrar al gorila, en proximidades del lugar de la primera vez, y lo derribó con un certero disparo. Pero esta vez no se confió tanto: estuvo acechando el cuerpo caído larguísimo rato, hasta convencerse de que no presentaba ningún signo vital. Sólo entonces comenzó a acercarse, hasta poder ver la horrible herida que le había causado la potente arma. Sintió orgullo y pena, a la vez. Estaba vengado. Estiró el brazo para sacarle la flor de entre los dientes, pero entonces el gorila lo abrazó y lo sodomizó reiteradamente, con el agregado de un ultraje con el rifle totalmente innecesario.
Volvió el cazador a su tienda como pudo, rumiando venganza. Si tenía otra oportunidad no se confiaría en absoluto. En cuanto estuvo recuperado se proveyó del arma más potente que pudo conseguir, con cartuchos para elefante, y fue por la revancha. Efectivamente, encontró al simio y le disparó al corazón. Un tumulto de animales huyó por la selva al oír el brutal estampido. El gorila cayó entre los matorrales. El cazador, sin acercarse, disparó otras veces al bulto hasta agotar las balas. Luego fue aproximándose en círculos cada vez más estrechos, hasta que pudo verlo: era un guiñapo sanguinolento. Tomó una rama larga y lo empujó y azuzó: lo mismo que si hubiera tocado un trapo. Lo movió con el cañón del fusil: inerte. Se inclinó para ver las terribles heridas: entonces el gorila lo aferró, le desgarró las ropas y antes de comenzar a violarlo exclamó, casi asombrado:
—¡Cómo te gusta la matraca...!

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Al cazador “le pasó” tres veces. A los que votan al peronismo (en todas sus presentaciones: jarabe, comprimidos, gotas y, la más usual, supositorios) muchas más: ¡cómo les gusta la matraca! ¡Y, pensando en el futuro, ya están preparando nuevos reciclamientos!
¡De no creer!

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