Con diferencia de pocos días, recibo dos correos electrónicos referentes a la crisis financiera y los salvatajes impulsados por diversos gobiernos. El primero, acerca de los 700.000 millones de dólares destinados a apuntalar a los bancos estadounidenses. Asegura que si ese dinero se repartiera entre los 6.700 millones de habitantes del mundo, a cada uno le tocarían 104 millones de dólares. No es correcto: serían 104 dólares por cabeza.
El segundo correo repite lo anterior y agrega el caso español: dice que en ese país la ayuda llegará a los 30.000 millones de euros, que si se los repartiera entre los 46.063.511 hispanos, da a razón de 652,18 millones de euros para cada uno de ellos. Independientemente de que ese cociente da 651,27, el tema es que son euros, y no millones de euros: pequeño detalle.
Quiero decir: un millón de diferencia puede ser mucho o ser insignificante. Si yo, en lugar de tener 100 pesos en el banco, tuviera $1.000.100, la diferencia sería muy importante, al menos para mí. Si, en cambio, alguien cree que España tiene 45 millones de habitantes, pero tiene 46 millones, se lo puede disculpar, y aun felicitar por su aproximación al dato correcto. En cambio, una diferencia de un millón de veces es siempre brutal y revela una carencia absoluta de noción de las relaciones específicas del tema al cual se refieren. Por ejemplo: supongamos que el PBI anual de la Argentina es de 230.000 millones de dólares (el dato real, IndeK mediante, ha pasado a ser un misterio). Bien, en ese caso, si alguien cree que el PBI es de 230.000 dólares, no tiene ni idea. Otro ejemplo: la distancia Buenos Aires - Pekín, en números redondos, se aproxima a los 20.000 kilómetros: aquel a quien le parece que serán unos 20.000 millones de kilómetros está privado de los más elementales conocimientos acerca de las dimensiones del planeta en que habita.
Los correos a que hago referencia circulan por las listas de las asambleas y, además —ellos mismos lo dicen—, son leídos en la radio y comentados en la televisión. A mí me llegan enviados por personas inteligentes y cultas, cuyos certificados académicos son superiores a los míos. Las aberrantes equivocaciones en simples multiplicaciones y divisiones, sencillísimas en tiempos de calculadoras y computadoras, sumadas a la falta de criterio de no reparar en lo asombroso de las cifras que proponen, hablan del creciente deterioro de la subjetividad de personas que, no obstante, conservan cierta competencia en su desempeño profesional. Sin embargo, este desenganche de la realidad lo estamos pagando caro, aquí y en todo el mundo. ¿Por qué?: porque las decisiones que se refieren a la sociedad deben tomarse sobre la base de un conocimiento global de los factores sociales, políticos y económicos, pero se toman en función de mitos disparatados. Para dar un ejemplo, uno sólo, de esos mitos, mencionaré el más ponzoñoso de ellos: "Para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino". Espero comentarlo próximamente, ya que me ha llegado otro correo que claramente se apoya en esa falsedad.
El segundo correo repite lo anterior y agrega el caso español: dice que en ese país la ayuda llegará a los 30.000 millones de euros, que si se los repartiera entre los 46.063.511 hispanos, da a razón de 652,18 millones de euros para cada uno de ellos. Independientemente de que ese cociente da 651,27, el tema es que son euros, y no millones de euros: pequeño detalle.
Quiero decir: un millón de diferencia puede ser mucho o ser insignificante. Si yo, en lugar de tener 100 pesos en el banco, tuviera $1.000.100, la diferencia sería muy importante, al menos para mí. Si, en cambio, alguien cree que España tiene 45 millones de habitantes, pero tiene 46 millones, se lo puede disculpar, y aun felicitar por su aproximación al dato correcto. En cambio, una diferencia de un millón de veces es siempre brutal y revela una carencia absoluta de noción de las relaciones específicas del tema al cual se refieren. Por ejemplo: supongamos que el PBI anual de la Argentina es de 230.000 millones de dólares (el dato real, IndeK mediante, ha pasado a ser un misterio). Bien, en ese caso, si alguien cree que el PBI es de 230.000 dólares, no tiene ni idea. Otro ejemplo: la distancia Buenos Aires - Pekín, en números redondos, se aproxima a los 20.000 kilómetros: aquel a quien le parece que serán unos 20.000 millones de kilómetros está privado de los más elementales conocimientos acerca de las dimensiones del planeta en que habita.
Los correos a que hago referencia circulan por las listas de las asambleas y, además —ellos mismos lo dicen—, son leídos en la radio y comentados en la televisión. A mí me llegan enviados por personas inteligentes y cultas, cuyos certificados académicos son superiores a los míos. Las aberrantes equivocaciones en simples multiplicaciones y divisiones, sencillísimas en tiempos de calculadoras y computadoras, sumadas a la falta de criterio de no reparar en lo asombroso de las cifras que proponen, hablan del creciente deterioro de la subjetividad de personas que, no obstante, conservan cierta competencia en su desempeño profesional. Sin embargo, este desenganche de la realidad lo estamos pagando caro, aquí y en todo el mundo. ¿Por qué?: porque las decisiones que se refieren a la sociedad deben tomarse sobre la base de un conocimiento global de los factores sociales, políticos y económicos, pero se toman en función de mitos disparatados. Para dar un ejemplo, uno sólo, de esos mitos, mencionaré el más ponzoñoso de ellos: "Para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino". Espero comentarlo próximamente, ya que me ha llegado otro correo que claramente se apoya en esa falsedad.
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