LLEGAN DOS TIPOS al departamento de Nisman:
¡Rin!
—¿Qué desean?
—Buenas tardes. Venimos a matarlo, fiscal.
—Imposible en este momento. Estoy ocupadísimo.
A ver qué podemos hacer... ¿cómo les queda el jueves de la semana que viene?
—No. Tiene que ser ahora.
—¡Qué contrariedad! No saben el perjuicio que
me causan. Bueno, pero si es rapidito...
—Sí, sí, quédese tranquilo. Pero tenemos un
problema...
—¿Qué les pasa, ahora?
—Nos olvidamos de traer un arma...
—¡Vos te olvidaste! ¡Eso era responsabilidad
tuya!
—Bueno, no discutamos acá delante del doctor...
—¡Eh, no! ¡Dijeron que iba a ser rapidito, y
ahora salen con problemas! Así, no va. Listo. Déjenme trabajar. Vuelvan otro
día. Ahí tienen la puerta.
—¿Viste? ¡Te dije!
—¡Pará, pará! ¿De qué lado estás? ¿Ya querés
recular? Doctor, no le haga caso, es un flan, un mantequita. Eh... doctor,
¿usted no tendría una para prestarnos un momento?
—¡Qué voy a tener yo esas cosas!
—¿Y la que le dio Lagomarsino?
—¡Ah, qué enterados están!
—Y, ¿vio? Somos del oficio.
—Sí, del oficio, y vos venís a asesinar a
alguien y no traés el arma.
—No empecés de nuevo. ¿Y, doctor? ¿Nos la
presta?
—Imposible. Va contra la ley.
—¡No, por favor: eso no lo diga! No nos tome el
pelo porque nos va a hacer enojar, y nosotros enojados somos capaces de
cualquier cosa.
—¡Ufa! Ya me hartaron. Bueno, acá la tienen. Pero
después me la devuelven, ¿eh?