. Rosa Luxemburgo
.Robert Havemann, “Dialéctica sin dogma”, Barcelona, Ariel, 1967.
...hace años tuve una disputa con ciertos filósofos porque negué que la filosofía tuviera un objeto especial. Los filósofos se irritaron mucho y declararon que si se le arrebata a la filosofía su objeto propio, se la niega al mismo tiempo como ciencia. Toda ciencia tiene que poseer un objeto propio determinado y bien definido. ¿Cuál era, pues, según la opinión de estos filósofos, el objeto de la filosofía? Eran las leyes generales del movimiento de la materia, leyes generalísimas, más generales que las de la física teórica, más generales que las formulaciones con las cuales cualquier ciencia pueda captar en su campo las leyes del movimiento de la materia. En esas leyes generalísimas no aparecen átomos, ni seres vivos, ni cargas eléctricas, nada absolutamente que pueda estudiarse en algún laboratorio o manipular concretamente de cualquier otro modo. Lo único que aparece en esas leyes es, por lo visto, lo "Aún-Más-General". Tal sería el objeto de la filosofía. Sigo hoy sin dejarme convencer por esas explicaciones. La verdad es que mi modo de expresarme en aquella ocasión fue aún muy deferente. Dije: La filosofía tiene como objeto a todos los objetos, pero sólo por la mediación de las diversas ciencias que estudian cada objeto. Con ello expresaba yo la opinión de que la filosofía sólo es concebible, de que sólo se consigue una comprensión profunda de los problemas filosóficos si se entiende concretamente mucho de algunos terrenos, al menos, de la realidad. Pues algo hay que saber del mundo real. No es posible que se pueda saber directamente del mundo como un todo, directamente de la totalidad. Hay que haber experimentado concretamente el mundo en un terreno al menos, ya sea el de alguna ciencia especial, como la física, la matemática, la biología, la historia, etc., ya sea el terreno concreto de alguna otra actividad real. Sólo los que son capaces de captar la vida de algún modo, científicamente o también de un modo artístico, en forma de construcción poética, o de arte plástico, o como actividad política, sólo el que es activo e interviene en la vida, sólo el que hace algo para cambiarla, cobrando así conocimiento y experiencia, sólo esos hombres son capaces de entender con sentido la problemática filosófica. Pero el que se encierra con unos cuantos libros a estudiar filosofía en su casa, se aprende las leyes más generales del movimiento de la materia —de memoria—, un catecismo de categorías dialécticas, y luego sale de su habitación, ése se encuentra de golpe con un mundo que en realidad no sabe por dónde asir. Hablando de toda la filosofía del pasado, que se ha limitado a reconstruir retrospectivamente el mundo en la cabeza, Marx dice en una célebre tesis sobre Feuerbach que los filósofos suelen interpretar con falsedad profunda: "Los filósofos se han limitado a interpretar diversamente el mundo. Pero lo que importa es transformarlo". La filosofía viva que se pone a prueba y actúa, como dice Engels, en las ciencias, no es sólo la sistematización de nuestro concebir el mundo en su contradictoriedad y en su hermosura fantástica: es además filosofía activa precisamente por no ser un sistema de proposiciones generales, sino consciente método dialéctico que concibe el mundo, en su contradictoriedad, como unidad sin restricciones; esa filosofía no es sistema del mundo, sino concepción o visión del mundo. Ella vive en todos nosotros, se transforma con el flujo de nuestro conocimiento, crece con nuestra capacidad de transformar el mundo, es activa, no se limita a interpretar, sino que opera y resuelve los problemas aferrándolos concretamente. No parte de lo general, sino de lo singular y particular, y de allí va hacia lo general. Descubre la dialéctica concreta en las conexiones reales, y no cree que el mundo se gobierne por lo que ocurra en una cabeza humana, sino todo lo contrario. Esto es precisamente su materialismo.
.Robert Havemann, “Dialéctica sin dogma”, Barcelona, Ariel, 1967.
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